02.02.- A Lareira / Cocina

La cocina era el centro neurálgico de la vida campesina y, en no pocas ocasiones, la única habitación de las viviendas de las familias más desfavorecidas. En ella se desarrollaban la mayoría de las actividades domésticas y era el punto de encuentro de los miembros de la unidad familiar y de sus allegados, sirviendo incluso de dormitorio. Su doble función como lugar de trabajo y espacio de socialización adquiría especial relevancia durante el invierno, cuando las largas y frías noches propiciaban el trabajo y la reunión en torno al único foco de luz y calor de la vivienda.

La cocina del Museo Etnográfico de Grandas de Salime «Pepe el Ferreiro» mantiene su ubicación original. Se accede a ella a través del zaguán que, inmediato a la puerta de entrada de la casa, consiste en un ancho pasillo que actúa como distribuidor hacia las restantes salas de la planta y el desván. Un taboao (tabique) de tablas de castaño delimita este espacio, diferenciándolo del resto de la cocina.

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En el zaguán puede contemplarse una notable colección de objetos e instrumentos relacionados con la vida cotidiana y el trabajo doméstico. Del taboao (tabique) de separación, en el que puede verse un molinillo de café, cuelgan mantelos de pigureiro (mantos de pastor) de lana y sobre él se localiza una muestra de cestos con funcionalidades diversas. En un lugar destacado se sitúa la artesa, pieza de relevancia singular en una cocina, en la que se amasaba el pan y se guardaban la hogaza y la carne de consumo diario. Un conqueiro (vasar) y una trabeira (estantería) albergan la vajilla y los útiles de cocina. También en el vestíbulo pueden observarse diversos tipos de canadas o ferradas para acarrear el agua, cestos, calderos y algunas ferramentas da terra (instrumental agrícola), entre ellas axadas para cavar el monte o gaviochos, petas y rodos para trabajar el campo.

Colgados en la pared y en la viga que atraviesa el zaguán se exponen cribos de piel y alambre y caldeiras (calderas) de cobre y hierro forjado. Éstas últimas fueron fabricadas en el mazo de Santalla d’Ozcos y se utilizaban para derretir roxóis o grasa del cerdo.

Tras superar el zaguán se accede al ámbito estricto de la lareira, que ocupa un espacio cuadrangular situado a un nivel algo superior al del resto de ambientes de la cocina, todos ellos enlosados. En una posición central, ligeramente sobreelevado respecto al suelo circundante y delimitado por losas de pizarra verticales, se localiza el lar o fuego bajo de leña en el que se hacía la comida y donde se calentaba la familia. El riesgo de incendios se minimiza aumentando la distancia a la cubierta. Sobre el hogar se coloca en altura un entramado de cañas o varas, denominado caínzo, del que se colgaba el embutido, la carne de salazón, las castañas o cualquier otro producto que necesitase un proceso de curado mediante humo. La Casa Rectoral disponía de una chimenea hecha con tablas y varas entretejidas cubiertas con cal y barro, privilegio de las casas acomodadas como ésta y que no estaba al alcance de las viviendas campesinas, en las que el humo se evacuaba por los resquicios de ventanas y tejado.

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En una esquina se sitúa el guindaste, estructura de madera integrada por un pie derecho y un brazo giratorio de cuyo extremo pende la garmalleira, cadena regulable de la que se cuelgan los potes de tres pies de hierro fundido o las calderas de hierro o cobre en las que se elaboraba la comida. Este mecanismo permitía acercar o alejar los recipientes al fuego, según fuera necesario. Para evitar la exposición directa de los recipientes de base plana a la lumbre se empleaban las estrepias (trébedes).

En torno al hogar central, ocupando tres de sus lados, se dispone un escaño de madera de castaño en el que se ancla una mesa abatible que se baja para comer y se retira cuando se precisa espacio para otras labores. Diversos tallolos (banquetas) se distribuyen en la zona de paso, ampliando los lugares de asiento de los nutridos grupos familiares. Empotradas en la pared, alrededor del escaño, varias alacenas cerradas sirven para almacenar alimentos y albergar vajilla y enseres. Utensilios de cocina de uso cotidiano como tixelas (sartenes), chocolateras de hierro fundido y de cobre, morteros, garfelos (cacillos de hierro), coladores, molinillos de café, cacerolas… se distribuyen por la estancia, concentrándose en el conqueiro (vasar) y las trabeiras (estanterías). Junto a ellos pueden verse también tambores para asar las castañas, planchas para la ropa o elementos de iluminación como carburos, lámparas de aceite y portavelas.

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Frente a la lareira se encuentra el forno (horno) en el que se cocía el alimento básico de la familia: el pan. Fabricado con ladrillos o tejas, barro y piedras de pizarra y arenisca, el horno traza un perímetro semicircular que se destaca en planta al exterior de la vivienda. Su frente cuenta con una porta (puerta) por donde se atiza e introduce el pan. Se cubre con una visera de pizarra que evita que las chispas salgan hacia el techo de madera y provoquen un incendio. Bajo la puerta se abre el sinceiro (cenicero), en el que se depositan las ascuas y cenizas.  Junto al forno están siempre dispuestas las pairas (palas), el rodalo, el baxase (escoba de ramas) y la forqueta. Para cocer el pan se atiza el horno con leña hasta que las paredes estén “blancas” (incandescentes). En ese momento se limpia y se mete el pan a cocer. En cada hornada se cocían unas nueve fogazas (hogazas) y un bolo (bollo) de tocino o chorizo. La elaboración del pan era un trabajo exclusivamente femenino. Se amasaba cada quince días y casi siempre la víspera de una fiesta o de una faena que requiriese concurso de los vecinos, a los que se ofrecía una comida abundante. Antes de meter el pan al forno se hacía una cruz y se imploraba con rezos para que saliera bueno: ”A San Pantaleón, que lo saque bon, a San Justo, que de pouco lo volva muito, y a San Vicente, que lo acreciente, y a San Bartolo, que saque von bolo, y a San Froilán, que saque bon pan” (Ouría, concejo de Ibias).

Bajo la ventana, beneficiándose de la luz natural, se sitúa el fregadeiro (fregadero), consistente en una pila monolítica encastrada en el muro. El abocinamiento del vano permite crear una pequeña meseta en la que se disponen las sellas o ferradas con las que se traía el agua a la casa desde la fuente, labor que desempeñaban las mujeres.

Entre el horno y la ventana se dispone el trobo de colar. Este artilugio se empleaba para hacer la colada de la ropa blanca, trabajo que correspondía también a las mujeres de la familia. Se compone de un tronco hueco, trobo, habitualmente de castaño, que se coloca sobre una piedra circular, dala, parcialmente empotrada en el paramento y dotada de un pico vertedero que actúa de aliviadero. La ropa mojada se introduce en el trobo y se cubre éste con una tela basta y tupida repleta de ceniza de leña sobre la que se van vertiendo calderos de agua caliente con una secuencia de “tres templadías, tres calentías y tres fervidías”, consiguiendo de este modo que el agua en contacto con la ceniza se transformara en una lejía que blanqueaba y desinfectaba la ropa.